Juegos Olímpicos de París, el espejo de una civilización
La unión de las transnacionales con el capital financiero que pretende gobernar el "mundo civilizado" no precisa tablas con los mandamientos de la espiritualidad para los tiempos modernos, pero ya estableció unas nuevas que lucieron en la reciente inauguración de los Juegos Olímpicos de París. Es el mejor manifiesto de lo que se nos ofrece para sustituir a nuestras culturas, tradiciones, nociones de belleza y armonía, ética y estética. La alcaldesa de París, Anne Hidalgo, no mintió al decir que esta ceremonia "lo dice todo de nosotros", poco después de la apertura de estos Juegos Olímpicos. Más bien era el fiel reflejo de una Francia y de una Europa, según el molde del poder globalizado.
Un aquelarre barato e ingeniosamente carente de talento, de lumpen y mutantes sobre el lodo marrón del Sena. Su nivel claramente 'amateur', de un burdel provinciano, pero sin su gracia pintoresca. Estos son los nuevos estandartes de un mundo futuro al que la humanidad está siendo empujada con bombas, sanciones, censuras y pantallas.
La representación bajo la lluvia fue una auténtica burla al público, basada en la plena convicción de que nuestra idiotez masiva ya ha llegado tan lejos y es tan irreversible porque todos estamos dispuestos a saltar babeando de emoción entre una multitud de drogadictos y de zombis. Fue una burla a la belleza del teatro y del deporte, a las artes escénicas y a la dirección de los eventos masivos y, en este sentido, fue muy impactante. Era una competencia teatral entre la abominación y la mediocridad. Incluso el reciente Festival de Eurovisión pareció algo fino y talentoso frente a esta parodia blasfema barata con ínfulas de 'trasgresora', porque hasta el Diablo no les resultó ni siquiera tan satánico, incluso lució tierno.
La directora colombiana de eventos masivos deportivos Ana Lucía Calderón, en un análisis publicado por la Agencia Internacional de Prensa 'Pressenza', explicó el tema de los deportistas vetados: "…Recordemos que los deportistas olímpicos rusos y bielorrusos están sancionados por el comité olímpico mundial, por las 'terribles acciones de sus Estados'. Quiero enfatizar que un deportista, cuando obtiene un boleto a las competiciones olímpicas, ha pasado por un sinnúmero de pruebas, o sea, ha demostrado tener un nivel olímpico en su especialidad deportiva. ¿Cuántos son merecedores de algo así? La virtud que existe en una persona que desde la infancia o la adolescencia se está preparando para llegar a esa altura es inimaginable para nosotros los flojos que, si acaso alguna vez fuimos al gimnasio, o para los que el mayor ejercicio que hacen es el del ojo mirando el celular o para los que protestan haciendo lo que cada ser humano puede hacer de forma natural".
"El deporte —continúa— es una de las expresiones y de los valores humanos más elevados que una persona pueda adquirir, porque no solo tiene que ver con su esfuerzo físico, sino con una cantidad de energía dirigida hacia el bien, hacia un fin mayor, supremo, la superación no sólo de sí mismo, sino de los obstáculos del propio ser humano. La entrega, el sacrificio, la disciplina, el amor inmenso y la pasión por la actividad deportiva es algo excepcional y no puede ser manchada por discusiones políticas, religiosas, ideológicas ni de otro tipo. Un deportista demuestra que es grande, que es el mejor, ahí en la competencia y con su propio cuerpo. Por supuesto, si es justa la competición. Es injusta cuando se ha comprado con dinero, con los intereses políticos, por las preferencias de género, cuando no damos las mismas condiciones a todos esos admirables seres humanos que son los deportistas olímpicos".
"La historia de la censura y del veto a los deportistas rusos comenzó mucho antes de la guerra en Ucrania. En un principio se aludieron motivos de ética deportiva, pero después descaradamente formaron parte de los paquetes de sanciones impuestos a Rusia y a Bielorrusia. Por supuesto, no se censuran países donde su ejército bombardea a la población civil día y noche durante meses, ni mucho menos a otros regímenes donde gobierna una sola familia sin ser elegida por nadie, etc. Finalmente, nada de eso debería importar. Tampoco estoy de acuerdo con sancionar a los deportistas israelíes. Si su Estado es genocida, eso es otro tema, ellos no son políticos, son deportistas".
Los organizadores, como siempre destacados por su tolerancia, habiendo abusado suficientemente del cristianismo, olvidaron organizar en otros puentes distintas muestras de la profanación al islam, al budismo, al judaísmo u otros. Y habiéndose reído lo suficiente de la cabeza cortada de María Antonieta, para crear un ambiente de plena diversión, no acertaron a colgar en los farolillos parisinos miles de cadáveres de las víctimas de sus colonias africanas y polinesias.
Tampoco puedo evitar admitir que los espectáculos gay y trans de hace sólo unos veinte años eran elegantes, artísticos y no tenían nada que ver con las muecas y convulsiones que vimos en esta inauguración de las Olimpiadas. En lugar de un gesto de tolerancia e inclusión, que supuestamente buscan, lo que consiguieron fue un acto insuperable de homofobia y transfobia, ridiculizándolos precisamente, trasmitido por las millones de pantallas por todo el mundo.
Lo más triste de este lúgubre show fueron las caras de las personas que, para no perder el dinero de las entradas que les habían robado, diligentemente insistían en celebrar algo. París parecía el Titanic en el Sena. Rápidamente vemos transformarse a Francia y a Europa en una próxima Ucrania, es decir, en un laboratorio transhumano. Ucrania, un país muy diverso y de una riquísima herencia cultural, en pocos años de su seudoindependencia, su cultura fue reducida a grotescos paquetes turísticos para visitantes ignorantes, con cosacos saltando y gente borracha disfrazada con camisas bordadas ('vyshivanki') y comiendo grasa cruda de cerdo. El espíritu revolucionario francés convertido en un penoso 'performance' de esclavos enajenados.
Es curioso que muchos hablaron y escribieron sobre el 'satanismo' de Occidente en los Juegos Olímpicos. Pero esta interpretación me parece completamente superficial y errónea, ya que aquí no se trata en absoluto de algo religioso, por el contrario. El cristianismo, y también otras religiones, enseñan que Dios es Amor y el Diablo es odio, la envidia, lo pecaminoso. Pero ambos son estados y pasiones del espíritu humano.
En el capitalismo financiero y corporativo actual, precisamente, no existen ni la espiritualidad ni las pasiones humanas. No hay amor ni odio ahí, es, por completo, la indiferencia. Es una máquina programada para destruirnos, empezando por privarnos de la capacidad de pensar racionalmente. No tiene sentido resentirse con ella o maldecirla. Es urgente romper su mecanismo.
Para lograrlo, se deben unir a personas de todos los diversos credos, incluidos agnósticos y ateos. La espiritualidad y el amor al prójimo nunca han estado determinados por la afiliación religiosa. El respeto sincero y profundo por la fe de algunos exige la misma actitud hacia los representantes de las otras creencias. En este momento de la historia, es muy importante que el factor religioso, en lugar de que sea un instrumento eficaz para separarnos, se convierta en un elemento de unificación fraterna de los diferentes caminos hacia la espiritualidad humana.
El fanatismo religioso y la caza de brujas no pueden ser nuestra respuesta a las provocaciones de los guionistas del manicomio planetario, porque en la lucha por el futuro no podemos inspirarnos en la dudosa experiencia de la Edad Media. Además, son los descendientes de los inquisidores y los organizadores de las cruzadas quienes deliberadamente nos provocan a hacer esto, son los que hemos visto allí en París el pasado 26 de julio. Las ratas parisinas no me dejarán mentir.
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