La conquista de América en el espejo de estos tiempos
Esta semana pasó con múltiples discusiones, menciones y maldiciones en torno del aniversario de la conquista de América, una fecha en que se desencuentran diferentes miradas y lecturas de los que se sienten herederos de los vencedores, de los vencidos y de una pequeña minoría en vías de extinción que se considera en resistencia.
Creo que más allá de la constatación del hecho irrefutable de un encuentro entre civilizaciones, agregando a los europeos y a los indios, los descendientes de África y de Asia, sin quienes el actual continente americano tampoco sería posible, un poco de respeto por la verdad histórica nos debería hacer recordar también el peor genocidio en la historia de la humanidad, que fue no solo el exterminio de los pueblos indígenas con sus mundos y sus culturas, incluyendo la bestial esclavización de los negros, sino también el inicio de la vieja tradición europea de cancelar a la civilizaciones enteras, cuando no se entienden, no encajan o no se someten.
Más allá del discurso romántico de los grandes descubrimientos y el reconocimiento de una gran valentía del puñado de hombres que a través de los mares, las montañas y las selvas se abrían paso hacia lo desconocido, sabemos que su principal motivación no dista de la de los conquistadores de hoy: el oro y el poder mundial. Cambiando las pesadas armaduras con cascos por los elegantes trajes con corbatas, estamos viendo que siglos tras siglos seguimos insertos en la misma lógica primitiva de la deshumanización, del saqueo, de la explotación y la destrucción del otro, que la mirada tecnócrata de los mosquetes disparadores de rayos mortales y de los teclados que derrumban o alzan los mercados financieros, no se ha cambiado en lo más mínimo, solo que el lugar del loro en el hombro del pirata de entonces hoy lo ocupa un intelectual de izquierda para repetirnos su mantra preferido sobre 'la economía social del mercado'.
La relación es directa.
No olvidemos que justamente el 'descubrimiento' (entre comillas) y el saqueo (sin comillas) del continente americano hicieron posible la industrialización de los imperios europeos y su rápido y seguro salto al capitalismo
Con el pasar de los siglos, los imperios no dejaron de ser tales, todo lo contrario. Pero aprendieron y siguen aprendiendo a imponer sus intereses con una mayor eficiencia; las invasiones de los conquistadores, los piratas o los marines a los países desobedientes son reemplazados por el financiamiento de la prensa opositora y la aplicación de las sanciones económicas. Las ejecuciones financieras no generan tanta indignación entre los defensores de los derechos humanos, aunque sus víctimas sean los pueblos enteros. Las redes sociales llegan a ser más eficientes que los tanques de guerra y las pantallas de televisión más destructivas que los misiles. Las masacres son cada vez más fotogénicas y la prensa es cada vez más dócil. Todo este cuadro, el más obvio, es el que describe el lado de los opresores.
Miremos hacia la parte más interesante y compleja: a los oprimidos, que se supone ya están cambiando sus arcos y flechas por otras armas que les (nos) permitan recuperar algo de esperanza para reconquistar las tierras y los cielos robados. Miremos hacia abajo.
Los pueblos indígenas de América no solo sufrieron la peor 'cancelación' cultural y exterminio, antes cazados como animales y hoy convertidos en extranjeros en sus propias tierras, sino que también, a pesar de todo, supieron salvar sus culturas y sus lenguas, el conocimiento prohibido junto con el sueño inconcluso se entregaba de generación en generación, junto con la sabiduría de vivir en armonía y equilibrio, dentro de los ciclos naturales de nuestros soles y nuestras lunas, sacando las fuerzas de los vientos y las lluvias y cuidando a la Madre Tierra. Pero el mejor aprendizaje de los pueblos indígenas ha sido su arte de resistencia.
Cuando los partidos políticos se envejecían y transaban con el poder, mientras sus líderes se vendían o se regalaban a sus enemigos históricos, lejos de las cámaras televisivas y en lugares remotos, de tan pocos votantes que nunca vale la pena invertir las limosnas y las promesas, las comunidades indígenas, sin ilusiones de ningún tipo, ya que desde hace siglos lo han perdido todo, se estaban organizando
Mucho antes que nosotros ellos entendieron que en esta guerra de exterminio, la que fue toda su historia dentro del 'mundo civilizado', su única manera de sobrevivir y resistir era organizándose. Aparte de las lenguas ellos conservaron otras cosas valiosas: los valores comunitarios y la costumbre de trabajar en colectivo, elementos peligrosos e incompatibles con el capitalismo. Por ejemplo, eso de no querer vender la tierra porque es madre, es sagrada, que allí están los huesos de los ancestros y esa subversiva idea de que la tierra no nos puede pertenecer porque somos nosotros los que pertenecemos a ella, porque la tierra es como el aire, como el agua como el fuego, como la memoria.
El siglo XXI se anticipó el 1 de enero de 1994 con la rebelión armada zapatista en el estado Chiapas, en el sur de México. Se cumplía la promesa maya del fin del mundo, que en realidad fue el fin de un mundo, para abrir la puerta a los nuevos mundos que nacen. Lo nuevo nacía contra 'la tradición' y contra 'el progreso', contra las biblias revolucionarias y contra las prédicas del fin de las luchas, contra el pelo de la historia, para construir un nuevo sueño de la sociedad humana con suficiente espacio para todos. Luego en Bolivia, Ecuador, Colombia y Chile, con una fuerza inusual e inesperada, surgieron otros movimientos indígenas, en su gran mayoría sin resentimientos ni victimizaciones, sino con una claridad de esta sabiduría ancestral integradora, planteando las posibilidades de la construcción de un futuro entre todos, indígenas y no indígenas, sin violencia, respetándonos en las enormes diferencias de nuestros modos y creencias y construyendo entre todos otra democracia, por fin, la verdadera, la comunitaria, participativa, donde el poder no puede ser fuente de riqueza y de ningún tipo de privilegios.
Los movimientos indígenas de las últimas décadas, independientemente de su masividad e influencia, en muchos casos bastante modestos respecto a la totalidad de la población de sus países, sin embargo suelen representar la fuerza política más madura y consecuente; mientras más los partidos y los 'gobiernos progresistas' se acomodan dentro de la lógica capitalista, los indígenas refuerzan una mirada totalmente distinta: la defensa de los valores colectivos, un rechazo total a la lógica depredadora del sistema dominante y la resistencia a las corporaciones transnacionales que invaden hasta los lugares más remotos, destruyendo todo a su paso. Todo esto los convierte igual que hace 500 años en el principal y el más peligroso enemigo de los conquistadores, que esta vez vienen no solo por el continente Americano, sino por todo el mundo.
En el espejo de la historia de América ahora vemos al planeta entero
Los que en estos días anulan y satanizan culturas completas están repitiendo lo mismo que sus antepasados hace solo unos cuantos siglos, los que negaban la posibilidad de que los indios tuvieran alma. Las guerras por el oro de entonces se disfrazaban de 'la necesidad de traer la fe y la civilización' a los ignorantes salvajes, exterminándolos y esclavizándolos. Hoy la lucha por el gas, el petróleo y el resto de recursos naturales se presenta como acciones 'en apoyo de la democracia y de los derechos humanos'. Los que cuestionan, resisten o por lo menos dicen abiertamente lo que piensan, igual que ayer, son declarados enemigos de la civilización y la democracia.
Por eso en las grandes oficinas del sistema desde hace un poco más de 500 años siguen colgadas intactos los mapas de la conquista.
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