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¿Y si no somos tan diferentes a los nazis? Lo que dice la tragedia en la valla de Melilla sobre Europa, España y la humanidad

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¿Y si no somos tan diferentes a los nazis? Lo que dice la tragedia en la valla de Melilla sobre Europa, España y la humanidad

Lo recuerdo con bastante precisión: una niña con abrigo rojo se pasea entre una de las mayores barbaridades que haya conocido la humanidad durante La lista de Schindler, un filme de Steven Spielberg. Es una película que, en su momento, vi en el cine. Recuerdo llorar y salir completamente desencajado.

Aquella película despertó en mí un enorme interés al respecto del Holocausto y sobre cómo el ser humano, y, en concreto, una sociedad tan avanzada como la alemana pudo cometer semejante atrocidad. Leí varios libros sobre Hitler, la II Guerra Mundial o Alemania, pero seguía sin comprenderlo. Después visité campos de concentración y lo que vi, aun cuando ni siquiera quedaban sombras de lo perpetrado, me horrorizó. Conocer Auschwitz fue tan impactante como necesario. De hecho, pienso que todos los occidentales deberíamos visitar al menos una vez en la vida ese campo de exterminio. Pero Auschwitz tampoco resolvió aquella gran incógnita, aun cuando permitiera comprobar en persona la barbaridad consumada o su correcta dimensión.

Entonces, leyendo sobre Daniel Eichmann llegué hasta una de las que para mí es la clave del asunto: el experimento Milgram. De ahí, al experimento de Stanford solo había un paso. Lo di. Y lo comprendí. Los alemanes no vivieron una enajenación mental colectiva y transitoria ni eran perversos por naturaleza ni lo fueron de manera temporal. La respuesta era más terrible que todo eso: aquellos alemanes eran seres humanos. Eran como nosotros. Algo que los libros de historia y nuestras propias acciones diarias así lo atestiguan.

Aquellos nazis, como nosotros ahora, se percataron de que matar en primera persona, especialmente a personas claramente inocentes, afecta. De ahí que comenzaran a distanciarse de la muerte lo más posible. Lo de ejecutar, cavar fosas y rellenarlas, algo que en España se le dio de maravilla a muchos de los abuelos de los que hoy sostienen el control económico, político, judicial o militar, consideraron que tenía un coste emocional muy alto. Así que, comenzaron a experimentar. Fue entonces cuando empezaron a meter a personas en camiones y aniquilarlas con productos químicos. Resultó todo un éxito: menos personal, ahorro de munición y menos traumas. Y, además, como se puede ver en La lista de Schindler, ello no privó que aquellos que quisieran dar rienda suelta a sus bajezas se explayasen. Pero lo más importante es que permitía que aquellos que, simplemente, cumplieron órdenes y llevaran a las personas desde un domicilio a un tren, se sintieran libres. Libres de culpa. Solo cumplieron órdenes.

Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España.
Lo llaman control migratorio, lucha contra la migración irregular, mayor cooperación en materia de readmisión, gestión migratoria, política inteligente de fronteras o cosas por el estilo, pero en realidad es pagar a un tercero para que cometa atrocidades a cambio de dinero y, tristemente, de personas. Es la externalización de las vulneraciones de los derechos humanos.

Ya en los campos, la mecanización y el trasvase de la operatividad y la responsabilidad fue casi absoluta. La mayoría de las tareas más desagradables en los campos de exterminio no fueron realizadas por los alemanes. En muchos casos fueron los propios judíos. En Auschwitz unos pocos miles de nazis pudieron exterminar a más de un millón de personas, la mayoría judíos. Se considera que fallecieron más de seis millones de judíos.

Hace solo unos años, en 2015, otro niño, también con una prenda roja, una camiseta, despertó nuestras conciencias. Aylan Kurdi fallecía en una de nuestras playas y su imagen, que no él mismo, dio la vuelta al mundo. Ya lo estábamos haciendo, pero lo que hicimos después fue muy nazi. Fue muy nazi porque fue como si los alemanes hubieran podido ver La lista de Schindler durante el Holocausto y hubieran continuado a los pocos días como si nada. Europa lo hizo.

Ofrecimos a Turquía 6.000 millones de euros por varios millones de sirios. La idea era que un país no europeo se encargara de quitarnos a los migrantes de encima. Los ametrallaron, los expoliaron, los reprimieron o los explotaron, pero nos los quitaron de encima. No queríamos ver niñas con abrigos rojos ni niños con camisetas rojas en nuestro lujoso expolio en blanco y negro. Y no los vimos. Entre unas cosas y otras, Erdogan, un confeso filonazi, comenzó a quitarnos de encima a los migrantes mientras se dedicaba a masacrar kurdos y purgar cualquier atisbo de oposición. Y ahí sigue, siempre y cuando nos quite a los migrantes de la vista, a Europa le parece fantástico.

La operación, como aquello de meter en un camión a un montón de personas y aniquilarlas con un producto químico en lugar de fusilarlos y luego enterrarlos en fosas fue todo un éxito, así que repetimos la operación. Por ello, tanto España como Europa pagan cantidades considerables a Marruecos (3.500 millones de 2020 a 2027 a razón de 435 millones al año) o a Libia (355 millones desde 2015) para que aleje de nuestra vista a los migrantes, sobre todo si son niños y visten prendas rojas. Como en el caso de Turquía, a Marruecos también les hemos regalado un pueblo para que haga con él lo que le plazca, los saharauis. Pagamos en metálico y también en especie. Todo muy nazi, como se puede comprobar.

Lo llaman control migratorio, lucha contra la migración irregular, mayor cooperación en materia de readmisión, gestión migratoria, política inteligente de fronteras o cosas por el estilo, pero en realidad es pagar a un tercero para que cometa atrocidades a cambio de dinero y, tristemente, de personas. Es la externalización de las vulneraciones de los derechos humanos. La externalización de la barbaridad. Porque aquello de los guardias civiles que disparaban pelotas de goma a migrantes que nadaban mientras se ahogaban en la playa del Tarajal es un episodio que España no quiere que se repita… en España. Y es que luego hay que dar explicaciones sobre los 15 muertos, mover hilos en la justicia para que el caso se archive, que los medios de comunicación pasen página y esas cositas tan democráticas que pasan en España.

Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España.
Las imágenes de la muerte de los migrantes son dantescas. Horripilantes. Pero no son extraordinarias. Tampoco imperecederas. Tienen fecha de caducidad. Y, lo peor de todo, han llegado a nosotros gracias a AMDH Nador, de lo contrario ni nos habíamos enterado, porque control sobre el control migratorio no hay ninguno ni interesa que haya.

Para ello es necesario que Marruecos, como Turquía o Libia, cumpla su parte del trato: hacer todo lo necesario para que los migrantes no lleguen a España ni a Europa. Y el pasado viernes 24 de junio Marruecos cumplió. Según diferentes fuentes, entre 23 y 37 migrantes, quizás más, fueron asesinados tras múltiples campañas de detenciones, redadas o desplazamientos forzosos. Las imágenes de la muerte de los migrantes son dantescas. Horripilantes. Pero no son extraordinarias. Tampoco imperecederas. Tienen fecha de caducidad. Y, lo peor de todo, han llegado a nosotros gracias a AMDH Nador, de lo contrario ni nos habíamos enterado, porque control sobre el control migratorio no hay ninguno ni interesa que haya.

Por ello, el presidente español, Pedro Sánchez, agradeció la extraordinaria cooperación del Reino de Marruecos y alabó a las fuerzas y cuerpos de seguridad marroquíes. Esto es: Pedro Sánchez agradeció que Marruecos haya violado derechos humanos, detenido ilegalmente, torturado y asesinado a migrantes que huyen de la pobreza, el hambre, las guerras o la crisis climática, en muchos casos provocados por nuestras políticas extractivas mediante las dictaduras de las élites turno. Lo agradeció porque así no lo tiene que hacer España.

En definitiva, hizo lo que habría hecho cualquier dirigente nazi o lo que hace España cuando vende armas a Arabia Saudí después de que estos hayan bombardeado un autobús con medio centenar de escolares y hayan causado en Yemen más de 377.000 muertos, de ellos más de 120.000 niños. Lo que hace Europa cuando vende a varios millones de refugiados a Turquía por 6.000 millones de euros. Lo que hacemos cuando permitimos que los turcos masacren kurdos o damos por bueno regalar a los saharauis y dar varios centenares de millones de euros a Marruecos a cambio de una política inteligente de fronteras.

Sin duda, fue muy inteligente externalizar la muerte, alejarla lo más posible del ideólogo. Alejarnos de ella. Y también muy nazi. Porque, de no ser muy nazis, el presidente ya habría dimitido y el ministro del Interior estaría en los juzgados. Pero, como los nazis, aquí cada uno tiene sus intereses y es mejor seguir como si no pasara nada. Lo más aterrador es que hace tiempo encontré respuesta a esa pregunta que me resultaba irresoluble y episodios como el vivido el pasado viernes vuelve a recordármelo: los nazis no fueron unas personas muy perversas. Sencillamente fueron personas. Como nosotros.

Ojalá algún día nuestros dirigentes sean juzgados por estos y muchos otros crímenes y todos los migrantes dejen de ser contemplados en blanco y negro para ser vistos, a nuestros ojos, como niñas con un abrigo rojo. Parece imposible, ¿verdad?

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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