Pegasus, la crisis de los servicios de inteligencia españoles que enfrenta al propio Gobierno y lo deja al borde del abismo
Era una noticia, como tantas otras, condenada al ostracismo en la cartelera mediática española. Como mucho, aspiraba a tener relevancia en los clásicos circuitos alternativos y marginales en los que se sabe más de la democracia española de lo que la propia democracia española sabe de ella. Era, no cabe duda, una noticia demasiado incómoda y reveladora como para poner el foco mediático sobre ella: servicios de inteligencia, o en su defecto un ente elegible al gusto del actor o espectador de turno, espiaron a más de sesenta personas vinculadas al independentismo catalán, incluidos políticos, activistas y abogados. Y lo hicieron no ya con el fin de impedir la independencia en Catalunya, sino, peor aún, cuando esta había sido abortada y el proceso judicial, un tanto de aquella manera, seguía su curso.
Era, decía, porque todo cambió cuando desde los partidos catalanes consideraron el asunto injustificable y comenzaron a pedir cabezas, so pena de reventar el Gobierno. Ahí, los medios empezaron a dudar. Incluso El País, que le había dado al asunto aquel aire de suceso que conviene en estos casos, comenzó a virar. Los catalanes amenazaban con no apoyar el decreto de medidas económicas destinadas a paliar los efectos de la guerra de Ucrania. No solo lo amenazaron, lo cumplieron. Un decreto que, aunque pudo salir adelante gracias al apoyo de EH Bildu, dejó al Gobierno con los tirantes casi desabrochados.
El Partido Popular, revitalizado por Núñez Feijóo, un político que estuvo durante años veraneando con un narcotraficante, no desaprovechó la ocasión. Ofreció apoyo gubernamental a cambio de rebaja de impuestos. Sonido celestial para una mayoría, la más pobre, para la que los impuestos, más altos o más bajos, cambian entre poco y nada su paupérrima vida. Y sonido celestial para una minoría, la más adinerada, para la que los impuestos más bajos, que afectan especialmente a los que menos recursos poseen, les cambian entre poco y nada su elitista vida. Y ahí, en la economía y el perfil liberal, Feijóo, como buen comandante de naves tripuladas por narcotraficantes, se mueve con maestría. Los españoles no quieren saber de ideas, sino de pasta. Show me the money, que diría Cuba Gooding Jr. en Jerry Maguire.
Así, entre bajadas de impuestos, que servirían para que los pobres tengan cada día menos y los ricos cada día más, y presiones políticas, el Gobierno comenzó a meterse en un lío del que parece que no va a salir; o no sabe muy bien cómo va a salir; o no lo hará de una pieza. De momento, las encuestas, incluso las más izquierdosas, dan empate técnico o victoria popular. Vox reduciéndose, Unidas Podemos empequeñecida y el PP cerca de ganar las elecciones al PSOE. Y queda un año para los comicios. Puede pasar de todo, pero no está el horno para bollos.
Y en esas llegó el bollo. Margarita Robles soltó en la sesión de control al Gobierno hace siete días: "¿Qué tiene que hacer un Estado, un Gobierno, cuando alguien vulnera la Constitución, cuando declara la independencia, corta las vías públicas, cuando realiza desórdenes públicos, cuando alguien está teniendo relaciones con dirigentes políticos de un país que está invadiendo Ucrania?". Hoy ya es una frase histórica de lo más cloaquero del posfranquismo español. Y ya es decir.
Margarita Robles justificaba lo injustificable y admitía, a la vez, la mayor: el Gobierno español había espiado a los independentistas. Fue algo así como la mítica escena de Jack Nicholson y Tom Cruise en Código rojo, solo que le faltó aseverar "You can't handle the truth!". Pero, ¿qué esperar de quien tuvo como asesor durante meses al general Rodríguez Galindo, condenado por torturas; ha justificado el terrorismo de Estado; ha sido acusada de entregar millones de pesetas a la Casa Real en mano para no dejar rastro; ha protegido ultraderechistas y neonazis; o ha expulsado demócratas en el Ejército español? Pues la verdad, la verdad que no podemos soportar y que, con sus métodos, nos proporciona la cálida manta de la libertad con la que nos arropamos cada noche. Una manta que parece que producir urticaria, y otras cosas, a más de uno.
Porque, al instante, Pere Aragonés, president de la Generalitat de Catalunya, pidió la dimisión de Margarita Robles. Lo hizo, además, por escrito. No fue el único, casi todos los partidos que apoyan al Gobierno lo han hecho. Ayer mismo, 4 de mayo, en la comparecencia de la ministra de Defensa, Pablo Echenique ha afirmado que ya sabe lo que tiene que hacer para conservar su dignidad y la del Gobierno. Una aseveración que, teniendo en cuenta su expediente de servicios al Estado, por acción, soporte o complicidad, igual sitúa a Margarita Robles en el atolladero de qué hacer: ¿espionaje, torturas, asesinatos, persecución de demócratas y protección de ultras y neonazis, millones en metálico para no dejar rastro? Y es que el historial del PSOE, y de la ministra de Defensa, ofrece demasiadas variantes de lo que parece que consideran digno, o al menos necesario, para arropar a los españoles.
Entre ambas comparecencias de la ministra de Defensa, la de la semana pasada que encendió los ánimos y la de ayer mismo, tanto el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, como la ministra de Defensa, Margarita Robles, desvelaron que fueron espiados por Pegasus. Para los que querían verdad, ahí va una que tenían guardada en la chistera desde hace meses. El problema del asunto es que en el caso de la ministra de Defensa, y sobre todo de la directora del CNI, Paz Esteban, añadir al espionaje a más de sesenta personas una negligencia tan terrible como haber sido espiados, no solo no rebaja la responsabilidad política, sino que la aumenta. Es como si unos policías acusados de atracar a los vecinos alegaran que también han atracado su comisaría. No solo serían responsables de los atracos perpetrados, sino que, además, quedarían por unos negligentes por el atraco sufrido. Pues, bien, el Gobierno pretende usar la negligencia como justificación de su fechoría. Es decir, mal de muchos, consuelo de tontos.
El asunto a estas alturas se mueve entre lo estrafalario, lo deleznable, lo obsceno y lo insoportable, según gustos. Porque Margarita Robles no tiene mucha intención de dimitir ni tampoco parece que vaya a ser cesada, aunque ni lo uno ni lo otro se puede descartar. Como tampoco se puede descartar que se produzca un relevo en las próximas o meses, una vez amaine el chaparrón. Tan pocas ganas tiene de dimitir que se está escudando en los profesionales del CNI, que ninguna culpa tienen en el asunto, solo son mandados, y está acusando a Presidencia, a Félix Bolaños, del espionaje al móvil de Pedro Sánchez.
Y es que Robles es política vieja haciendo vieja política y tiene suficiente experiencia como para aguantar hasta las elecciones. Y en ello se empeña. Al fin y al cabo, ya no es esa joven que fue asesorada por el infausto general torturador de Intxaurrondo en sus comienzos en la política. Ahora es una política que conoce la verdad. De hecho, ella es la verdad, aunque sea una verdad que muchos ni necesitan ni desean conocer, aunque sitúe al Gobierno en el cisma interno, con unos culpando a los otros y casi todos pidiendo la dimisión de Robles, y al borde del abismo. Del abismo del Partido Popular y Vox.
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