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Donbass: ¡Sigo vivo!

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En los rostros de los supervivientes a los ocho años de conflicto en Donbass se muestran las señales de la guerra no menos que en los edificios derruidos, los vehículos quemados y los muros picoteados por la metralla. Pero los voluntarios que reparten ayuda humanitaria en las zonas de combate conocen bien esos rostros, y saben que no solo registran la adversidad: también la esperanza en un futuro en paz está presente en ellos, y la memoria fiel de quién es el responsable de tanta desolación.

Más de 600 personas llegan a diario al pueblo de Bezýmennoye, a 30 kilómetros de Mariúpol, donde reciben alimentos, atención médica y documentos, antes de enviarlos a la ciudad de Donetsk o a Rusia. Más de 20.000 personas se han refugiado en este poblado desde principios de marzo y no dejan de relatar los horrores que vivieron durante las semanas en que las Fuerzas Armadas de Ucrania y el batallón Azov estaban presentes.

Los efectivos de esta unidad metieron a los civiles en sótanos, dice a RT uno de los testigos presenciales. Una mujer evacuada recuerda que los del batallón Azov vinieron un día y pidieron que los civiles cavaran trincheras y, cuando la gente se negó, diez minutos después varios proyectiles cayeron en medio de la muchedumbre.

Otra mujer, que también salió hace poco de los sótanos de Mariúpol se muestra indignada porque "los soldados de tu propio país te disparan si no te detienes o si algo en ti no les agrada". En la tarde del 24 de febrero, relata, los puestos de control ucranianos ya impedían la salida de Mariúpol, mientras que los soldados ucranianos estaban apostados en casas particulares y disparaban desde los patios.

El batallón Azov anteriormente tenía su base en la zona del balneario Yúrievka, a orillas del mar de Azov. En marzo del 2022, ante el avance del Ejército de Rusia y la milicia de la República Popular de Donetsk, se retiraron rápidamente a Mariúpol dejando documentos secretos y armas.

"Solo los rusos ayudan a esta población civil de Mariúpol y las afueras", afirma Russel Bentley, el voluntario de origen texano que se mudó a Donbass en diciembre de 2014, después de ver los crímenes de guerra de la junta instalada en Kiev ese año, cuando los neonazis apalearon a muerte y quemaron vivos a decenas de civiles en Odesa, cuando bombardearon el edificio de la Administración de Lugansk.

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